Vida de perros

lunes, julio 21, 2008

El País Semanal» retó a sus lectores a escribir microrrelatos de 120 palabras. Se recibieron más de 700. Algunos serán publicados a lo largo del verano. Ayer domingo fue la primera entrega. Una de las microficciones seleccionadas, me ha recordado a un relato que escribí hace unos años. Lo presenté al Premio Faroni. En ese caso, se podían escribir hasta 200 palabras. Se titula «Vida de perros».

Me dolía todo el cuerpo. Miré atrás y vi un columpio balancearse. En él se entretenía todavía mi osito Teddy. Sin mediar palabra, el pequeño peluche me había empujado, arrojándome para siempre a la vida real. Miré al frente y emprendí un camino sin retorno con múltiples senderos. Empezó la larga etapa escolar. La dictadura del silencio en clase, los castigos de los profesores, las caídas en el patio, los primeros exámenes y suspensos. ¿Formación profesional o bachiller? ¿Ciencias o letras? ¿Económicas o Empresariales? No importaba la elección. Todos acabamos en el paro. Un año consagrado a los idiomas, a la informática o al carné de conducir. Muchos currículos enviados, varias entrevistas realizadas y sólo una llamada. Trescientos euros al mes, sin horarios y sin vacaciones. Sólo una llamada. No cabía un “no”.
Cinco madrugones por semana, sucesivas reuniones y trabajo amontonado. Aquella mañana tenía una reunión importante con mi jefe en la que me jugaba un ascenso. Me preocupé más que nunca por arreglarme. La corbata parecía ahogarme. Cuando estaba tratando de aflojarme el nudo, la voz de mi amo me despertó. “Vamos Tor”, gritaba Pedro tirando de mi correa. Por primera vez me alegré de no ser humano.

Para aquellos que se hayan quedado con ganas de leer el relato publicado en «El País Semanal», se lo copio a continuación (total, son sólo 120 palabras). Lo ha escrito Cristina Vázquez, de Lugo, y se titula «Ya no haces falta, bonita».

Tengo miedo y me siento confusa (…). Hace apenas un rato todo era felicidad, y mi casa, un revuelo de preparativos para irnos. ¡Mis primeras vacaciones! Yo también ayudé con las maletas: escondí las gafas de bucear de Benjamín y puse en su lugar mi zapatilla favorita (…).
Por fin estrenábamos el coche, ¡qué bien huele! (…). Estaba emocionada, orgullosa, agradecida, el hocico asomando al viento por la ventanilla. Me portaría bien, sin romper nada. Y ahora (…). No conozco esta carretera, tengo mucho calor, mucha sed. Me dan pánico los bocinazos, y el zumbido del tráfico a gran velocidad (…). Pero tengo que darme prisa, seguir corriendo, aunque esté reventada, y ya sólo oiga mi propio jadeo (…), si me quedo aquí pensando no les alcanzaré…